¡Animo Pau!
Que ese 2-0 no pese el próximo partido...
Vamos con una entrada del Proyecto Florens en que retomamos el espíritu de vincular el deporte con la cuestión de la gestión empresarial. Tras haber reseñado libros (Stopper), escrito relatos (X quería correr), haber contado anécdotas personales (Un encuentro con Haile Gebreselassie) o habernos mirado el mundo desde la particular óptica de los porteros de fútbol; volvamos a la historia, pura y dura.
Me gustan los partidos de la NBA. Sobre todo, cuando llegan los play offs y los mismos equipos se pueden llegar a enfrentar hasta en siete ocasiones consecutivas, al extenuante ritmo de un partido cada dos noches.
Esta continuidad en los enfrentamientos posibilita que los mismos jugadores se vean las caras una y otra vez en la cancha de juego, teniéndose que atacar y defender mutuamente, poniéndose tapones, quitándose rebotes o machacando el aro rival tras dejar sentado al jugador contrario.
En fútbol, los jugadores de un equipo defienden a los atacantes del contrario, pero no suelen producirse duelos directos entre ellos. Raúl se las tiene que ver con la defensa del Barça y, Torres, con la del Chelsea. Sergio Ramos, por contra, se pelea con Etoo o con Ronaldinho, pero rara vez se encara con el jugador que ocupa su posición en el campo del equipo contrario. En balonmano, los jugadores de ataque y defensa son distintos y en volley o en tenis, cada cuál ocupa un espacio inviolable por el rival.
En baloncesto, sin embargo, la tensa relación de Kevin Garnett con Rashid Wallace se repite una y otra vez, ora en el aro de Boston, ora en el de Detroit. Por eso, duelos como el de LeBron con Paul Pierce, en el séptimo y último partido de las semifinales de conferencia entre Cleveland y los Celtics, pasan a la historia, viéndose lanzamientos inverosímiles que eran respondidos por fulgurantes penetraciones a las que seguía un mate rotundo o un triple demoledor.
La tensión que se vive en un partido de baloncesto, por tanto, es máxima. Y, sin embargo, los grandes y mejores profesionales son los que saben mantener la cabeza fría en los momentos más calientes del juego.
Demos cancha a un ex jugador de los San Antonio Spurs, Avery Johnson, quién señala cómo una vez, durante un partido, estaba desquiciado tras haber errado tres lanzamientos fáciles. “Tim, en pleno juego, vino hacia mí y me dejó perplejo al preguntarme: ¿qué música te gusta escuchar? Enseguida comprendí dónde quería ir a parar: lo hecho no tenía ya ninguna importancia. Abrumarme por los fallos era contraproducente.”
El Tim del que habla Avery es Tim Duncan, apodado La Esfinge, ganador de cuatro anillos de campeón de la NBA, dos veces el mejor jugador de la temporada regular (2002 y 2003) y tres veces elegido mejor jugador de las series finales (1999, 2003 y 2005).
La Esfinge no es un jugador cualquiera. Nació en las Islas Vírgenes y no empezó a jugar al baloncesto hasta que tuvo catorce años. Antes, se dedicaba a la natación, llegando a ser el mejor nadador estadounidense de 400 metros estilos de su edad. Pero un físico privilegiado le condujo al mundo de la canasta, con tanto éxito que, desde su primera campaña en el baloncesto universitario, en Wake Forest, los grandes equipos profesionales le empezaron a tirar los tejos. Sin embargo, Duncan terminó su formación universitaria: se lo había prometido a su madre, antes de que ésta muriera de cáncer, cuando él todavía era un adolescente.
Efectivamente, Tim culminó su carrera de psicología y, después, dio exitosamente el salto al baloncesto profesional. En su carrera triunfal han sido determinantes, por supuesto, sus condiciones atléticas. Pero también su cabeza bien amueblada. “Soy discreto porque pienso demasiado. Es lo que me gusta, pensar”.
Ahí es nada. Pensar. Rara vez veremos a Duncan proferir gritos histéricos después de poner un tapón o de ejecutar un mate. Nada de muecas, gestos y aspavientos. Si te muestras eufórico tras la consecución de un pequeño logro parcial, te mostrarás iracundo, decepcionado y frustrado tan un error, estando en las peores condiciones para responder positivamente cuando las cosas no estén saliendo bien. Porque llegarán las precipitaciones, los errores aún mayores, las protestas, las faltas técnicas, etcétera. Poco espectacular, sobrio y fiable, La Esfinge siempre toma la mejor decisión de las posibles.
Da igual que una noche, Duncan apenas haya metido una canasta o no haya reboteado con contundencia. A la noche siguiente, su contrincante sabe que nada de lo que pasó la víspera afectará a su juego. Y, posiblemente, será letal.
A esta forma de actuar, en el mundo de las finanzas, se le llama “coste hundido”. Los costes hundidos son aquellos que, por haberse producido, ya no pueden recuperarse y, por tanto, no deberían ser relevantes en los procesos de toma de decisiones.
Un ejemplo. Compras un paquete de acciones de la compañía Tal por un precio de 15 euros la acción. ¿Debe afectar a la decisión de venta de dicho paquete accionarial lo que te costó en su momento? Una primera intuición nos lleva a pensar que sí: si compramos por 15 y queremos hacer negocio, debemos vender siempre por encima de ese valor. ¿De acuerdo?
Pues no. Fiar la orden de venta al precio que pagaste en su momento por la adquisición de las acciones puede ser una estrategia de lo más inadecuada, como los compradores de acciones de Terra, en su momento, podrían atestiguar. Lo que hayas pagado por las acciones es un coste hundido y no debe afectar, en absoluto, a la posterior toma de decisiones sobre su venta o mantenimiento en cartera.
Es lo que empieza a pasar, por ejemplo, con el mercado de la vivienda. Hasta hace pocos meses, todo el que tenía un poco de dinero ahorrado, invertía en ladrillo, en la confianza plena de que su inversión se revalorizaría un 15-20% al año. Así, nadie dudaba en hipotecarse, con los tipos de interés muy por debajo del 5%. Pero llegó la crisis, el mercado se ralentizó, después se paró y ahora ha comenzado una decidida marcha atrás. Y mucha gente no sabe qué hacer con esas viviendas adquiridas a modo de inversión.
- Vender, claro.
- Sí. Claro. Pero ¿por cuánto?
- ¿Cuánto pides?
- Teniendo en cuenta que la casa me costó 20, y dado lo mal que están las cosas, vendo por 22. Para ganar algo. O por 20. Para no perder.
- Vale. Pero es que te ofrecen 18.
- Ya, pero yo pagué 20.
- Sí. Pero el mes que viene te ofrecerán 17.
- Ya, pero es que yo, por menos de 20, no vendo.
- Vale. Pero ¿tienes capacidad de aguante para no vender en los próximos, digamos, tres años?
- No.
- ¿Entonces? ¿Vendes por 18 hoy?
- Es que a mí me costó 20.
Y así podríamos seguir hasta el infinito.
Tim Duncan, imperturbable, nos diría que, a lo hecho, pecho. Tras perder su segundo partido de play offs contra los Lakers de Gasol en las finales de Conferencia del 2008, San Antonio arrasó a los angelinos dos días después. Sin contemplaciones. Manu Ginobili, que había fallado todos sus triples en el partido anterior, clavó cinco lanzamientos de cinco intentos, dejando sin respuesta a Kobe Bryant y los suyos.
Hay otras ocasiones, sin embargo, en que los errores y los fallos conllevan unas consecuencias tan catastróficas, que ni La Esfinge más pétrea sería capaz de permanecer imperturbable.
Aunque éste es un tema que abordaremos en un capítulo especial de este Proyecto Florens, apuntaremos un nombre: John Terry, capitán del Chelsea, un tradicionalmente popular equipo de fútbol londinense que fue comprado por un magnate petrolero ruso. Abramovich le inyectó millones y millones de euros hasta que por fin, consiguió plantarlo en la final de la Liga de Campeones.
El partido, jugado de poder a poder contra el Manchester United, terminó en tablas, de forma que la Copa de Europa del 2008 se tuvo que decidir en la tanda de penaltis, esa lotería que tantas taquicardias provoca.
En la tercera tanda, falló Cristiano Ronaldo, el crack mediático del momento. Y llegamos a la quinta y ¿definitiva? ronda de lanzamientos. Primero, el Manchester. Gol. Tras sus cinco lanzamientos, el United sólo había marcado cuatro goles. Era el turno del Chelsea, que todavía no había marrado ningún lanzamiento. Si mandaba el balón a la red, la Copa era suya. El hombre encargado de ello: John Terry, capitán del equipo y de la selección inglesa, hombre de carácter, sobrio y experimentado. Sitúa el balón en el punto fatídico, toma carrerilla, se resbala justo antes de golpear el balón... y manda el balón a las nubes.
El marcador volvió a igualarse y, en el séptimo lanzamiento, el francés Nicolás Anelka, delantero del Chelsea y uno de los mayores bluffs en la historia del fútbol, falló su penalti. El Manchester United era campeón, Ronaldo respiró tranquilo y comenzaron los problemas para un John Terry que, días después del partido, declaraba a los medios de comunicación que no podía dominar la ansiedad, que apenas dormía y que tenía continuas pesadillas con ese penalti fallado. Además, Inglaterra no se ha clasificado para la Eurocopa, por lo que el gran capitán no tendrá ocasión de redimirse hasta la próxima temporada.
¿Afectará este hecho al rendimiento futuro de John Terry? Sólo el tiempo lo dirá, pero la historia nos dice que es posible. Que depende de su psique, pero que sí. Que hay fallos que, por desgracia, marcan toda una vida. Costes hundidos que pesan como una losa, no permitiendo que quiénes han de soportarlos puedan volver a sacar la cabeza.
Costes hundidos que se transforman en un lastre de por vida. Costes hundidos que hunden a algunas personas. Porque jamás conseguirán dejarlos atrás.
El Proyecto Florens es una iniciativa de Jesús Lens y José Antonio Flores.
Etiquetas: pau gasol, tim duncan, nba, coste hundido, precio de la vivienda, play off, proyecto florens
10 comentarios:
Buenísima la relación que estableces entre el deporte y la economía aplicada a la problemática actual de la vivienda.
Esos costes hundidos de los que hablas están ahí escondidos en mucha gente, acechando sigilosamente, parece que han sido superados, pero cuando emergen, ahí están, con una fuerza descomunal. Yo en concreto tengo uno que espero derrotar con todas mis fuerzas.
Genial, saludos
¡¡¡A LA CONQUISTA DE LA RAGUA!!!
Donde dije "estableces" quise decir "establecéis". No quiero individualizar la tarea de este gran proyecto binario, ¿eh?
Un proyecto binario, pero que bebe de muchas y variadas fuentes y en el que un montón de amigos nos dan sus ideas, ánimos y sugerencias.
Como los grandes proyectos, un proyecto comunitario.
Javi, que los costes hundidos no te afecten lo más mínimo. En ningún orden de la vida.
¡¡¡La Ragua!!!!!!!!!!!!!!
Qué miedo.
¡ Qué cercano está el deporte a la vida y a la economía ! ¿ Verdad ? Este proyecto Florens nos ilusiona más que ¡¡¡LA RAGUA!!!; y ya es decir...
¡¡¡A POR LA RAGUA!!!
Que buena entrada, que grande el baloncesto... Me ha gustado el diálogo entre de la vivienda, salvo que si compras por 20 y vendes por 20 pierdes unos 2 o 3 millones de plusvalía, para quedarte a cero has de vender a 23, para pagar a hacienda, más los intereses y cancelaciones del banco, para quedarte a cero, has de vender en total a unos 27; por tanto si te ofrecen 17 o 18 millones pierdes casi 10.
Twister, tienes más razón que un santo, pero había que simplificar y, creemos, con el ejemplo puesto; queda meredianamente claro qué son los costes hundidos.
Alter, seguimos creciendo!!!
¿En que nos metemos en próximas entregas?
Muy buenos ejemplos. Me dio mucha pena por Terry, me recordó a Fernando Hierro cuando nos eliminaron en su última competición con España, creo que se ve en el tramo final de su carrera y que ya no tendrá una oportunidad como esa.
Muy bueno, Florens.
Muy bueno el artículo para ilustrar lo que en el deporte podría entenderse como coste hundido desde la perspectiva económica. Es decir: el resultado de una acción o una decisión en un momento dado no debe afectar a futuras decisiones salvo que aquellas fueran estratégicas y conllevaran implicaciones vitales para la empresa. En el deporte, en una confrontación importante, podemos entender como coste hundido un hecho que puede enmendarse u obiviarse si no afecta al resultado final, sea la victoria del partido o de la liga.
Si afecta y produce pérdidas importantes deja de ser un coste hundido y se transforma en lo que se llama "arrogancia epistémica" o inconsciencia de que se produzca lo altamente improbable. Estas pérdidas pueden ser la final de la Copa para el equipo inglés o la quiebra de la empresa.
Un matiz que es interesante tener en cuenta, ya que mientras los coste hundidos los contempla una empresa cuando quiere entrar en un mercado altamente competitivo y son incosistentes contablemente frente al futuro de esta, la arrogancia epistémica determina poder perder cuando teóricamente se debería haber ganado.
El aspecto más interesante de la personalidad de Duncan es que afronta cada situación especulando que se produzca lo que es improbable que suceda. Por eso no enfatiza sus acciones con aspavientos sino que encara la defensa y aborda los ataques como momentos únicos e irrepetibles, que no van propiciar ni predecir los siguientes.
Salud y a por el siguiente capítulo.
jomanalle.
Víctor, ¿has visto el vídeo de coña sobre Terry y el Chelsea? La gente tiene mala leche, pero imaginación a raudales!!!
Jose, este comentario tuyo se merece una entrada en exclusiva. Voy a trabajar más intensamente eso de la arrogancia epistémica, que jamás lo había escuchado.
COMO MOLA EL DUNCAN!!!
Lástima que sea enemigo de Gasoil,digo Gasol(es que aún e duelen los últimos 60 euros de llenar el depósito) no sé porque será pero cada vez me gusta un poco más el baloncesto ;-))
Sacai.
Publicar un comentario