Tengo un amigo que, hará un par de años, se fue a Kenia. Cuando volvió, antes de preguntarle por lo que le había parecido el viaje, comencé a glosar las maravillas de esa parte del mundo. Al terminar de exponer mis razones, mi amigo, muy serio, me espetó un demoledor “permíteme que disienta” que me dejó sin palabras. Entonces recordé sus ojos, alegres y vivaces, cuando caminábamos por París, ciudad a la que mi amigo definía como la capital del mundo y donde, decía, podríamos buscarlo si alguna vez decidía cambiar de aires y perderse del mundanal ruido.
Mi amigo, que es un racionalista, humanista, enciclopedista y convencido defensor de la leyenda “Libertad, igualdad, fraternidad”, no consiguió disfrutar de un África que, para él, representa el fracaso de la humanidad, contemplada desde un punto de vista económico-desarrollista. ¿Cómo comparar Nairobi con París, la ciudad perfecta, la capital de las vanguardias artísticas y gastronómicas, faro de una revolución en que conviven Notre Dame, la torre Eiffel y el Arco de la Defense? París es una ciudad hecha por el hombre, a la medida del hombre y para disfrute del hombre.
En África, sin embargo, el hombre se siente pequeño y sigue estando a merced de una naturaleza indómita y salvaje que, cuando quiere, juega con él. Así, lo primero que los europeos tenemos que hacer, antes incluso de poner un pie en el vecino continente, es vacunarnos contra un montón de enfermedades que, por suerte, hace decenios que fueron erradicadas de nuestra tierra, de la fiebre amarilla y la polio a la profilaxis de la terrible malaria.
Y, después, en cuanto arribamos al continente negro, los europeos retrocedemos otro puñado de décadas en nuestro estándar vital. En África todo es difícil y complicado, duro y, en muchos casos, absurdo, caótico y surrealista. Desde los interminables trámites burocráticos para entrar en cualquiera de sus países al ruido, el humo de los coches, el estruendo y el caos generalizado. Entrar en África es dar un salto atrás en el tiempo. Es volver al origen primigenio del ser humano. Porque en el principio estuvo África.
El calor, la humedad, los insectos, los mosquitos, las incomodidades y la mala comida contrastan con el colorido de una vitalidad sin límites, con el sonido una explosión de vida sin parangón en nuestras sociedades frías y liofilizadas, reglamentadas y racionalizadas.
Los caminos de África, rojos, hechos de tierra, sirven para que centenares de persones los transiten en coche, pero mayoritariamente, en autobuses cochambrosos, en burro, en bicicleta y, por su puesto, caminando. Carreteras, pistas y caminos de dimensión todavía humana, previa al desarrollo tecnológico de nuestras autovías y autopistas.
En África todo es desmedido y extremo. E imperfecto. Desde sus democracias corruptas a sus aires acondicionados inservibles. El tiempo pasa más despacio y la noche sucede al día sin solución de continuidad. Se trabaja de sol a sol y de noche, se descansa. O no. Pero la ausencia generalizada de luz eléctrica hace que la vida de paralice. La vida, como la entendemos nosotros.
Porque en África, la vida es diferente. Y los europeos que viajamos allí es precisamente eso lo que vamos buscando: sentir experiencias sensoriales diferentes. De la inmensa soledad y el vacío de los desiertos a la magnificencia de los grandes mamíferos en libertad pasando, por su puesto, por unas relaciones humanas que en nada se parecen a las de nuestros países de origen. En África la gente se toca, se abraza, se habla, se canta y se devora con la vista, sin disimulos o vergüenzas. Porque todo es primitivo, todo el primigenio, simple y básico. En África se ama, se odia, se quiere y se mata con una fuerza, pasión o saña que nosotros ya no conocemos. Y esa vida sencilla: un trozo de carne en las brasas de un fuego, un té caliente al atardecer, una cerveza a mediodía. La charla nocturna, el saludo de un niño o una partida de Awalé después de comer.
Cuando en nuestro mundo hemos procurado reducir la naturaleza a límites tolerablemente humanos, mecanizando las sierras, dibujando los senderos de las montañas, balizando las playas, reconduciendo los cauces de los ríos y reglamentando hasta el comportamiento humano más sencillo; África supone un soplo de libertad en que no hay cinturones de seguridad, controles de alcoholemia o legislación antitabaco.
No vamos a África a regodearnos en la miseria de los demás. No. Vamos a África en busca de una libertad que hemos perdido en nuestra vida, de unos horizontes impensables en nuestra vista cotidiana, de unos sonidos que ya no somos capaces de escuchar en nuestras sociedades, de unos colores tan fuertes que hieren la vista, de unos olores tan profundos que apabullan nuestros sentidos. Buscamos la pureza, la luz y la esencia de unas relaciones hombre-hombre y hombre-naturaleza que, a lo largo de diversas generaciones, hemos sepultado bajo toneladas de cemento, asfalto, humo y legislación.
Por eso, cuanto menos desarrollado está un país en África, más auténtico lo encontramos, más fuerte es el impacto, más calado tiene la conmoción y mejor nos sentimos allí. Sobre todo porque, pasados unos días, unas semanas o unos meses, volveremos a la comodidad de nuestros hogares y podremos narrar nuestra gran aventura africana a los amigos en torno a un buen vino, en la calidez de un bar debidamente acondicionado y que cumple todas las normas higiénicas que aquí son felizmente exigibles.
Es el contrasentido de África. Intelectualmente, queremos que mejore, que crezca y se desarrolle. Sensorialmente, no. Hoy por hoy, el hecho de que buena parte del continente africano se encuentre sumido en el subdesarrollo hace que allí podamos encontrar muchas de las cosas que aquí hemos perdido y que echamos de menos. Porque África es el fracaso de una humanidad basada en el desarrollo científico, técnico, arquitectónico y sanitario. Y, sin embargo, África es la celebración de una humanidad primordial en la que prima una forma alegre, festiva, lenta, colorista, apasionada, cálida, feraz y bulliciosa de entender la existencia.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
14 comentarios:
Ya dije en su día que las deficiencias africanas son consecuencia de la mala gestión europea.
Africa dará un gran paso cuando aprenda a explotar sus recursos sin el apoyo europeo, pero ese día será un duro golpe para alguna economía de acá.
Un gran, un magnífico y contundente artículo.
No sé si África es el fracaso de la humanidad, o quizás sea, la única esperanza que nos queda para la humanidad. De momento, las relaciones entre humanos y respecto a la naturaleza, tienen tintes de ¿ futuro ? ¿ supervivencia ?
Desde luego que los olores, los colores, lor ruidos, las voces, los abrazos son una buena garantía. Y en todo esto, los hispanos somos un poco/bastante africanos (sobre todo los españoles del sur).
Saludos sankarianos. Alfa79
Me alegro que repitas esta entrada. África ese gran continente, pero a la vez machacado por guerras y por la avaricia del hombre blanco, en busca de esos diamantes o esa cacería sin escrúpulo. Un saludo Jesús y celebro tu regreso.
PATON FOR PRESIDENT DE TO EL CONTINENTE AFRICANO.
Jesus transmites un sentimiento y un cari�o por ese continente, que dan ganas de perderse por esas tierras.
Recibe un fuerte abrazo DEL COMPAE.
Y a mi? que no me dice nada Africa. Dicen que es la cuna de la humanidad, bueno, pues vale. Quizas solo sea eso, una cuna.
Una cuna en la que mueren millones de personas cada año. Lástima que esto de olvide con tanta frecuencia. Aquí sólo nos importa lo que vemos. Lo que no, pues nos da igual.
Triste, triste, querido Foces.
Que si Paton, que si, que es verdad pero cual sería la solución africana? Yo no se la veo, traernoslos a todos a Europa, a EEUU...? Volver a colonizarlos? Provocar, potenciar revoluciones sociales? El Mercado?
Reconoceras que sus tradiciones, religiones y costumbres no son prometedoras de futuros felices.
Pues no se, quizas Africa debería dejar de ser "cuna, pulmon y panoramicas" y aderezar sus malas tierras pra aumentar los cultivos, serían mas alimentos. Instalar fabricas para tratar las materias primas, seria mas empleo. Vamos, como se hizo, hace siglos, en Europa, Asia, Australia, las Américas
Menos National Geographic, que estoy de los leones, los elefantes y los monos hasta allí... Ah!!! y los ñus...
Lo que pasa, querido Foces, es que el dinero no sale de los árboles. Y África está descapitalizada. Y hace falta un Plan Marshall a lo bestia. Además, cuando un presidente quiere salirse del National Geographic, lo matan.
Popr cierto ¿y que hay del tipical spanish de sangría y pandereta que tan bien vino a España?
Y sigue viniendole bien, mira hoy a los ingleses que nos quieren "muncho" por la paella y la !pandereta! Claro que te pones a pensar y tenemos algo más?
Pues si la solución es un Plan Marshall van aviados los pobres africanos. Los poderosos no dan nada por nada... aqui, hasta que se autorizaron las bases, ni agua nos dieron.
Nuevas culturas? pues como no sea imponiendolas por la fuerza... con lo bien que les va a los que les va bien. Sin "bajar" mucho, que me dices de Marruecos? Pobres pero contentos.
Pues a África, el turismo National Geographic también le irá muy bien.
Y o ponemos dinero a lo bestia o el conocido como "drama de la inmigración" no habrá hecho sino empezar.
No es por ellos. Es por nosotros.
Paton, tengo serias dudas de que la imagen leonina y ñunera del National Geographic y el turismo asombrado por la naturaleza, redunde en beneficio de los africanos mas deprimidos.
Desde luego la falta de futuro de Africa no es de ahora, hace 1,5 millones de años ya se venian "pa aca", la quijada de Atapuerca lo demuestra. Estarian muy hartos de leones, elefantes, selva virgen.. digo yo, la peninsula era, en aquellos años, algo desastrosa.
Foces, igual que le aplican a los niños pobres del Almanjáyar los dineros que los guiris se dejan en las paellas de los chiringuitos.
Pues habra que decirselo a esos niños de Almanjayar, que los que yo conozco no lo saben, si es que reciben algo especial, que lo dudo.
Ahi, en el barrio hay pobres, seguro, pero lo peor es la marginacion y no es por dineros...
Pero de lo que estoy seguro es que los niños pobres de Africa no ven un duro del turismo ni de las panoramicas.
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